“La expansión, no la recesión, es el momento idóneo para la
austeridad fiscal”, le recomendaba Keynes al presidente norteamericano
Roosevelt en 1937, nos lo recuerda en un reciente ensayo el profeta del
neokeynesianismo, el profesor Krugman (“Keynes tenía razón”,
ElPais.com, 3/enero/2012). Qué otra cosa, desde la óptica krugmanita,
puede explicar lo que pasa con europeos y norteamericanos, si no es el
hecho de que el gasto público está siendo recortado. Y el resultado es
uno: gente sin trabajo que sale a las calles a protestar. “La
austeridad —sentencia bíblicamente— debe esperar hasta que se haya
puesto en marcha una fuerte recuperación.” Pero, y si la recuperación
no llegase, ¿hay que gastar hasta quebrar?
“Recortar el gasto público cuando la economía está deprimida deprime
la economía todavía más”, asegura sin rubor alguno este peculiar
economista, a quien las metidas de pata del pasado no le quitan el
sueño: ¿no fue acaso asesor de Enron poco antes del colapso de esta
empresa el 2001? ¿Y poco antes de que reventara el grano lleno de pus,
no escribió un ensayo en la revista Fortune, “The Ascent of E-Man”, en
el que poco faltaba para que pidiera para Enron el título de empresa del
año? Y el 2002, ¿no le recomendaba públicamente al presidente de la
Reserva Federal, Alan Greenspan, que generase una burbuja en el sector
inmobiliario para acabar con la recesión del 2001? (“Dubya’s Double
Dip?”, Paul Krugman, New York Times, 2/agosto/2002). ¿Quién es el padre
de la burbuja? Quién, Paul. ¿Tú… o el maestro Keynes?
Sucede, sin embargo, que lo que hoy pasa con norteamericanos y
europeos se explica por los excesos del pasado. Ésta no es una recesión
producto de una repentina disminución del consumo y de la inversión.
Ésta es una recesión producto de los excesos del pasado en el consumo y
en la inversión. (Le dicen ‘factura’). Y ahí está la deuda para
probarlo. Krugman olvida con gran facilidad que el consejo que
generosamente nos ofrece hoy, y que El País y otros medios de la región
con agenda propia publican, también se lo ofreció a los japoneses en los
noventa (“What’s Wrong with Japan?”), luego de que sus dos burbujas, la
inmobiliaria y la financiera, estallaran a fines de los ochenta.
Estas dos burbujas se gestaron a raíz del Acuerdo del Plaza de 1985.
Estados Unidos buscaba reducir su déficit en cuenta corriente, y para
ello era necesaria la cooperación de Francia, Alemania Occidental, el
Reino Unido y Japón. El objetivo era intervenir en los mercados
cambiarios para lograr la apreciación del yen en relación al dólar. El
objetivo se alcanzó, vaya que sí, pero lo que nunca se previó fue la
formación de estas burbujas: entre 1985 y 1990, el índice de precios del
sector vivienda se disparó 190%, y el índice del mercado de valores, el
Nikkei 225, pasó de 10,000 a casi 40,000 puntos.
El consejo generosamente ofrecido a los japoneses por el memorioso
Krugman fue el mismo que hoy le brinda a norteamericanos y europeos:
imprimir y gastar masivamente dinero como si no hubiese un mañana. Los
orientales le hicieron caso: imprimieron todo el dinero del mundo que
gastaron en carreteras que iban al cielo, en puentes a ningún lado y en
incontables obras públicas. ¿El resultado? (redoblan los tambores): la
tasa de interés del Banco de Japón desde hace casi veinte años es
prácticamente cero, la deuda pública como porcentaje del PBI pasó de 50%
a casi 250%, el índice Nikkei 225 bordea los 8,000 puntos y el mercado
inmobiliario ha perdido un 70% de su valor desde el punto máximo. ¿Y el
PBI real japonés?: desde comienzos de los noventa, en promedio, no
supera el 1%. Vaya consejo. Consejo que la memoria del memorioso
Krugman ha decidido cómodamente borrar. El dios Keynes NO tenía razón, y
el profeta Krugman lo sabe. Pero calla, y para eso está la tupida
barba, que hace de broquel entre el rubor y la vergüenza. Quién diría.
Artículo extraído de : http://www.hacer.org/latam/?p=13176
No hay comentarios:
Publicar un comentario